Llevo años escribiendo las baladas nocturnas de los búhos, soñando con grandes escenarios y utilizando la prosa como escape y encanto.
En el punto en el que estoy puedo escribir las palabras más bonitas de mundo: el alzar de un amanecer indecoroso o una melodía de piano perfectamente acompasada. Puedo apuntar el drama: los versos rotos de un poeta sin musa, unos ojos sin alma en las pupilas, o una lágrima de sangre huyendo de las venas. Pero no ahora, en este punto solo quiero escribir de paradójico de la vida, de una sonrisa que pide deseos a una estrella fugaz... Y es que el tiempo nos cambia, ¿verdad?.
Antes, destruida por miradas arrogantes y puñales escondidos tras la espalda, hundida y ubicada en su propia desesperación. Ahora... Bueno, ahora se ha liberado de sus fantasmas y ha tocado el cielo.
No quiero escribir sobre el amor, sino sobre la superación. Porque yo he conseguido juntar los pedazos rotos de mi ser y unirlos, sin muros, sin ser una roca, sin insensibilidad, a pesar de que haya días en los que la melancolía sea el fruto de mi vida. No soy drama, ni comedia. Dependiendo del día puedo ser sátira o cantar de gesta.
Dependiendo del sonido, clásica o triste balada.
He resultado ser la mezcla de mi pasado y mi presente, un puzzle bien formado que encaja en el resto de las situaciones. Y no es cuestión de amor, ni de valor, solo es una voluntad de cambio positivo permanente. Porque al final, sin esa voluntad positiva, ningún amor sería capaz de estar en mi corazón
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