Hombres
El campo era una vasta planicie verde que rebosaba de intranquilidad. Nada se oía, ni el cantar de los pájaros, ni el hablar de los hombres, sólo silencio. Un silencio ahogado por la respiración de los caballos.
Los hombres se encontraban en un extremo de la pradera, la vanguardia sobre unos grandes caballos de batalla y la retaguardia cubierta con hombres a pie que sostenían espadas, escudos y arcos. Se preparaban para la batalla.
Estaban inquietos, los caballos relinchaban y los hombres cada vez tenían la respiración más agitada, las lanzas chocaban contra los escudos y el silencio cada vez se hacía más intenso. Sólo una persona esperaba tranquila, con la seguridad y serenidad de un león.
El rey que comandaba a sus ejércitos se encontraba seguro sobre su caballo, adelantado al resto de los hombres y con sus vasallos de mayor confianza a sus lados.
Mientras sostenía las riendas de forma firme pensaba en la batalla que se avecinaba, y en sus ojos cruzó un rayo de tristeza.
El rey no era partidario de aquella guerra, no le gustaba tener que arrancarle la vida a personas inocentes por pura codicia, pero no le habían dejado alternativa. Cuando invadieron sus tierras envió una advertencia al atacante, "El conquistador" se hacía llamar, pero éste no hizo caso y siguió invadiendo, pretendía hacerse con todo el reino y cuando sus ciudadanos empezaron a correr peligro, el rey se vio obligado a llamar a sus banderizos para defender su reino.
No le gustaba aquello, siempre había sido una persona fiel a los dioses y era consciente de que no se debía derramar sangre en esas tierras. Pero no le habían dejado ninguna opción.
El conquistador apareció en el otro extremo de campo. Los dioses tendrían que esperar, no podía estar distraído. Levantó la espada y con un golpe de talón inició el galope con todo su ejército a sus espaldas.
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