Dioses
Nunca el viento había soplado de una forma tan salvaje y cruel, parecía que los dioses estaban castigando a los mortales paganos con una ráfaga que rugía entre los muros de los castillos y las casas. Esas tierras habían sido regadas con sangre y ahora los hombres recogían lo que habían sembrado en forma de lluvia, viento y trueno.
No se debía ofender a los dioses, el oráculo había sido claro con los hombres; no debían manchar la tierra durante ese ciclo lunar, había sido claro, una predicción que formaba una advertencia de las deidades. Pero los hombres son arrogantes y ya no oyen las palabras de los sagrados en el viento, no ven su poder en el agua, ya no les atribuyen los frutos de primavera ni piden piedad por las nieves del invierno. Se ignoraban sus voces y ahora los hombres mortales e insensatos, preocupados por las guerras de carne y hueso, habían ensuciado una tierra sagrada causando una furia por la que tendrían que pagar.
Ellos habían sido buenos con los hombres, les habían dado una tierra en la que vivir, un futuro próspero en que lo tenían todo. Pero los humanos, se corrompen con facilidad. Ignoraron los regalos y los dones que les había sido concedidos, se volvieron codiciosos y ambiciosos, desolaron la tierra que se les había otorgado y con cada hueso roto perdían cada vez más los vestigios de su humanidad, con cada gota de sangre los dioses se sentían ofendidos porque sus creaciones no sabían aprovechar lo que tenían. Y con cada cráneo partido, su furia crecía.
Ahora, los hombres se hallaban en medio de una guerra, bañando los campos sagrados con sangre y acrecentando la ira de los dioses
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