Cuando llegó, dejó sus cosas y subió a ese entarimado que tantos secretos conocía, ese espacio que había sido testigo de amores, llantos y desvaríos. Se quedó quita, observando las tablas negras del suelo, los focos que colgaban del techo, el telón rojo que había dado comienzo a tantas historias... Sonrió, no había nada que la hiciese sentirse tan viva, y no necesitaba decir nada, simplemente con estar ahí arriba en silencio, escuchando todos esos versos que recorrían cada pequeño espacio, decapitando los malos sueños y alzando la tragicomedia, se sentía bien. Ese era su lugar, el sitio al que siempre había pertenecido, rodeada de cantares de gesta y romances imposibles, de épicas historias de dioses y hombres, de balas incrustadas en los reflejos de la justicia. Era su mundo.
Tras inspirar profundamente, gritó, soltó toda la furia contenida que habitaba en su interior sabiendo que allí eso se convertiría en la muestra de arte más pura y explosiva. Cuando calló escuchó el eco de su lamento perdiéndose en el infinito de un patio de butacas, sumándose a los otro capítulo de las historias que yacían en aquel lugar. Cayó, golpeando la madera del suelo con las rodillas, convirtiendo sus brazos en un peso totalmente muerto. Sabía que debía canalizar toda esa energía en su cuerpo y su mente, era la manera de actuar, armarse con una coraza de energía impulsada por emociones reales e inventadas. Pero esta vez no actuaba, solo se dejaba llevar por la paz y la seguridad de esa plataforma desde la que veía el mundo. En aquel lugar era la reina, y su pueblo eran todas las butacas que acogían a la gente en su regazo, su obligación era hacer sentir a esas personas las más puras emociones, y esa era su especialidad. Levantó la vista del suelo y se armó, desplegó las alas que poseía al estar ahí arriba y se levantó, volvió a poner la mirada orgullosa de un león y dio comienzo a su actuación, teniendo como público al infinito y sabiendo que aunque nadie la oyese, ese momento quedaría grabado en la historia de ese teatro, siendo una más de sus historias, haciendo que su alma volviese a ser inmortal, imperecedera en su propia epopeya.
Se sentía libre, se sentía invencible.
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