Se quedó apoyada en el marco de la puerta sin hacer ningún ruido, obsevándola en un ensimismamiento que sólo su música era capaz de lograr.
Ella estaba ahí, concentrada mientras sus dedos acariciaban con rapidez las teclas del piano. Era mágico, parecía que nada podía perturbar la paz que se creaba cuando tocaba. Eso la gustaba, la música era su don, cada vez que la veía al piano sentía un torrente de emociones que no veía capaz de controlar. Y eso, la hacía sonreír.
Era increíble, no podía evitar mirarla con una fascinación aduladora. Era perfecta, perfecta para ella. Supo ver a través de su oscuridad y su soledad para llegar a descubrir la belleza de su alma. Fue la musa de sus sueños desde el primer día en que vio sus ojos esmeralda.
Se acercó a ella, y sin que pudiera oirla la abrazó, ella se sobresaltó pero antes de que pudiese decir nada la puso una rosa roja ante sus ojos y ella, sorprendida, la miró a los ojos y la besó, mostrando en ese gesto todo lo que sentía.
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