Me gustaba verla dormir, podía observarla tranquilamente durante horas y ver su rostro, tan relajado que parecía que nada podía perturbarla. La luz de la luna caminaba por su blanca piel, haciendo que pareciera un ángel que brillaba con una luz propia. No sabía de donde salía aquella luz, pero me hacía sentir fuerte y segura, cuando estaba con ella sentía que nada el mundo podía pararme, que era invencible.
"Y es ahí, cuando sientes que con ella puedes llegar a ser la persona más grande del mundo, cuando te das cuenta de un detalle del que antes no te habías parado a pensar; tienes miedo a que desaparezca, a que por un error la pierdas y no vuelva. Y, ¿por qué? por la misma razón por la que sabes que harías cualquier cosa para garantizar su felicidad, porque te has enamorado. Y te aterra perderla."
Mis dedos recorrían su espalda una y otra vez, pasando por cada palmo de piel como si de un camino de tratase. Acerqué mis labios a su mejilla y la besé, se dibujó una leve sonrisa en sus labios pero no se despertó. ¿Qué estaría soñando? Eso era algo que no podía saber ya que ella solía reservarse ciertos pensamientos, pero me daba igual, ella era mía y yo era suya, y eso era algo que no se podía cambiar... En ese momento se dio la vuelta y el brazo que me rodeaba la cintura me acercó más a ella, hasta tener su cabeza apoyada en mi pecho.
Miré hacia la ventana, las calles estaban iluminadas por la luz que desprendían las farolas y el cielo se veía con un estampado de estrellas interminables. Me di la vuelta, en unas horas el sol reclamaría el dominio de la ciudad, era hora de dormir. La rodeé con mis brazos y cerré los ojos dejándome llevar por el dulce aroma que desprendía su piel.
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