Estaba sentada en el marco de la ventana, observando como la
gente corría de un lado para otro, cada uno metido en su mundo particular.
Cuando giré la cabeza me encontré con la imagen más bella
que mi vista haya podido ver alguna vez. Tumbada en la cama estaba ella, tapada
únicamente por una fina sabana blanca, mientras los rayos de sol la acariciaban
las partes del cuerpo que tenía al descubierto. Tenía los ojos cerrados y su cara
no mostraba el menor atisbo de preocupación, dormía en la paz más absoluta.
Me encantaba verla dormir, era como observar al ser más
bello de la tierra en su mayor estado de tranquilidad, me relajaba. Su
respiración era pausada, el pecho se movía lenta y tranquilamente de arriba abajo,
y el pelo le caía por un hombro....
No se como llegué a conseguir al ángel que yacía en mi cama,
de entre todas las personas que podía haber elegido se quedó conmigo, con la niña
triste y sola. Recuerdo que me enamoró desde el primer momento en que la vi,
con esa sonrisa mágica que podría iluminar incluso al corazón más oscuro. El como
llegamos de ese momento a este, solo Dios lo sabe ya que pasó sin ningún tipo
de esfuerzo.
No se como la conseguí, pero de lo que si que estoy segura
es de que no pienso dejarla marchar, es lo mejor que tengo y
que he tenido nunca, desde el día en el que me besó bajo la lluvia tengo claro
que no quiero a ninguna otra persona que no sea ella. Es el sol que me ha
iluminado, la razón por la que me levanto cada mañana y lo último en lo que
pienso cada noche. Es el amor de mi vida y doy gracias al destino por haberla
puesto en mi camino.
...Me levanté y me aproxime a ella, me senté en la cama y con
mucho cuidado deslicé mis dedos para quitarla el pelo que le caía por el cuello
y ponérselo tras la oreja, la besé suavemente el hombro que tenía descubierto y
la susurré al oído “buenos días princesa”, ella sonrió, abrió los ojos y se
quedó así, mirándome. Yo no podía dejar de mirar esos ojos color esmeralda que
tanto me habían hechizado, mi corazón me pedía que la besara pero estaba
ensimismada en su mirada. Ella, que parecía ser capaz de adivinar lo que yo quería me acercó, y sin decir ni media palabra me besó con la ternura más infinita,
demostrándome con aquel gesto que me amaba
y que no estaba dispuesta a dejarme escapar.