Estaba tumbada en su cama, observando su habitación en la más secreta oscuridad. Dejaba que la música fuese acorde a sus pensamientos, bañanando esa habitación oscura en un sueño de color. Y por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa se dejó ver en su rostro.
Notaba cómo su vida empezaba ha tener un sentido que antes nunca había llegado ha encontrar, y eso hacía que se sentiese con fuerzas para poder enfrentarse al mundo, porque sabía que ya no estaba sola.
Ya no había recuerdos que la torturasen, no había pesadillas que la despertasen entre lágrimas al despuntar el alba, no había dolor. Y es que a pesar de todo lo que había pasado, se sentía bien.
Sus pensamientos cabalgaban al son del rasgueo de una guitarra, dejaba que fuese una voz la que la llevase al más alto de los cielos, se envolvió en sus deseos con la certeza de que las cosas irían bien, porque no había nada que temer, no había lágrimas que derramar, ni cadenas que romper.
Y así, dejó que sus ojos se cerrasen bajo un velo de seguridad, dejando que la música que desprendían sus auriculares la llevasen por un mar de sueños, haciendo de su imaginación su buque insigne y de su alma su capitán.